La libertad de elegir no elegir
No pertenecer a ningún bando es, a veces, el acto más revolucionario.

Te empujan a tomar partido. A definirte. A señalar al otro.
Pero ¿y si el verdadero poder estuviera en apartarse?
En mirar desde afuera, pensar desde adentro… y construir sin pedir permiso.
Vivimos en una época donde elegir un bando es obligatorio.
No importa cuál, lo importante es que odies al otro.
Y que lo hagas con entusiasmo, con moral, con superioridad.
Ya no hace falta pensar, solo repetir.
Si dudás, si cuestionás, si hacés demasiadas preguntas… te sacan del grupo.
Pero la pregunta que nadie se hace es:
¿quién gana con todo esto?
Mientras vos te peleás con tu vecino por lo que dijo tal o cual político,
hay alguien que está facturando en silencio.
Alguien que sí piensa.
Que no se deja agitar por eslóganes, ni vive pendiente de la última indignación.
Pensar por tu cuenta se volvió revolucionario.
Porque pensar de verdad implica estar dispuesto a estar solo.
A no gustarle a todos.
A pagar el precio de no encajar.
Y eso, en un mundo donde todos quieren pertenecer, es un acto de libertad.
En los negocios pasa igual.
Los que ganan no son los que siguen modas.
Son los que se atreven a ver lo que otros no ven.
Los que no venden lo que se espera, sino lo que hace falta.
Los que no tienen miedo de hacer algo impopular… si saben que es lo correcto.
No seas un cordero con bandera. Pensá, joder.
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