Motomami
El éxito de lo mediocre ¿Por qué seguimos comprando porquerías (y pagándolas caro)?

La triste verdad es que vivimos en una época donde vender importa más que fabricar bien.
Y eso no es casualidad.
Desde hace un siglo, sobre todo en EE.UU., nos entrenaron para consumir.
No para pensar, ni comparar…
Sino para desear cosas rápido y pagarlas más rápido aún.
Hoy no importa si algo está bien hecho.
Lo que importa es que parezca valioso.
Porque no compramos productos.
Compramos historias, símbolos y estados de ánimo.
¿Ejemplos? Todos.
Desde ropa que se deshace al tercer lavado hasta móviles carísimos con prestaciones más que cuestionables.
La clave: no compramos calidad, compramos percepción.
1. El éxito de lo mediocre
Hay productos que son malos, pero se venden como pan caliente. ¿Por qué?
Porque tienen buena pinta.
Una buena historia emocional detrás. Eso basta.
La fast fashion es el ejemplo rey: ropa de usar y tirar, pero que sigue llenando carritos.
Porque lo urgente (estar a la última) le gana a lo importante (que dure).
2. Cultura heredada: lo que se compra en casa
Desde chicos absorbemos el consumo como religión.
Si mamá usaba tal marca, nosotros también.
Y sin darnos cuenta, repetimos patrones que nada tienen que ver con la calidad.
Convertimos productos en símbolos.
Lo que importa no es el uso, sino el estatus.
Compramos “lo que hay que tener”, aunque sea basura.
3. Deseo mimético: queremos lo que otros desean
Imitamos el deseo. Porque la imitación social manda más que nuestra razón.
Compramos por miedo a quedar fuera.
¿Y a quién imitamos hoy? A los millonarios más ruidosos (aunque no tengan nada que decir)
Las musas del deseo moderno ya no son pensadores brillantes, ni científicos, ni líderes con profundidad.
Son cantantes con letras básicas, jugadores de fútbol que no leen ni los subtítulos de Netflix, influencers que venden estilo de vida mientras alquilan el auto para la foto.
Y claro, el cerebro no distingue entre “esto tiene sentido” y “esto lo tienen todos”.
Solo ve que eso se desea... y se activa el reflejo.
Así terminamos comprando las mismas zapatillas que usa un trapero millonario. O el perfume de una Kardashian.
No porque nos guste. Ni porque lo necesitemos.
Sino porque ellos lo tienen, y queremos lo que ellos representan: fama, lujo, atención.
4. Dopamina y packaging: el cerebro no resiste
La neurociencia lo deja claro: un buen anuncio te activa el cerebro como si te ofrecieran una pizza caliente cuando tenés hambre.
Placer anticipado, dopamina, impulso.
Y ahí estás, sacando la tarjeta para comprar algo que no necesitás ni querías. Pero te lo vendieron bien.
Los buenos marketeros lo saben y lo usan. Colores, música, storytelling.
Todo diseñado para hackearte el deseo.
No comprás el producto. Comprás la promesa.
5. Filosofía del consumo: te entrenaron para desear
Nuestra sociedad es una máquina de fabricar necesidades.
Te hace sentir que algo falta… y luego te vende la solución...
Solución que no soluciona nada, pero por un rato, te hace sentir “completo”.
6. Nada es casual: un mal producto puede tener una estrategia brillante
Acá va una gran verdad incómoda: no siempre gana el mejor producto, sino el mejor vendido.
Y ojo, no estoy diciendo que se venda solo. Para nada.
Un producto malo, pero que se vende bien, suele tener detrás mucho trabajo y muy bien hecho.
Publicidad, influencers, storytelling, distribución, acuerdos comerciales, experiencia de compra, sensación de escasez, canales adecuados... todo eso hace más por las ventas que el producto mismo.
Mientras vos estás ajustando los detalles técnicos de tu oferta, hay otros que ya están en la cabeza del cliente, implantando el deseo, ocupando el espacio mental que después es casi imposible quitar.
Entonces, no es que los productos malos triunfen “por casualidad”.
Triunfan porque fueron pensados para vender. Punto.
Entonces… ¿por qué seguimos comprando mal?
Porque no se trata sólo de calidad, sino de historia, emoción, pertenencia y recompensa.
Compramos con el corazón (y a veces con el inconsciente), mucho antes de que la cabeza diga nada.
Pero ojo, no te confundas. Que esto no suene como una oda a vender basura.
Sí, se puede vender algo malo.
Pero vender mierda cuesta muchísimo más esfuerzo que vender calidad.
Porque si tu producto no vale la pena, tenés que invertir el triple en:
- Crear deseo artificial
- Sostener una imagen que no se cae
- Atender reclamos, devoluciones, quejas
- Y rezar para que nadie lo diga en voz alta
En cambio, cuando tenés algo bueno —de verdad—, el camino no es fácil…
pero es mucho más corto.
El buen marketing vende tanto un mal producto como un buen producto.
Pero si hay calidad detrás, vende con viento a favor.
Así que usá esto para entender cómo funciona el juego, no para justificar que da igual lo que ofrezcas.
Porque no da igual. Y el cliente, tarde o temprano, se da cuenta.
¿Y qué hacemos con esto?
Lo primero: darnos cuenta. Ser conscientes del juego. Y después, jugarlo a nuestro favor.
¿Querés vender sin vender humo? ¿Crear un producto que se desee de verdad?
Reservá una consultoría conmigo. Eso sí: no siempre hay huecos, pero si encontrás uno… es tu día de suerte.