¡Sos un sucio capitalista!
Una oda descarada al capitalismo, la hipocresía moderna y la comuna hippie que huele fuerte pero vive en paz.

Aunque no lo creas, cada tanto me cae algún comentario bien estructurado, pensado, meditado, pulcro, lleno de "conciencia social".
Que señalando con el dedo mugriento de la superioridad moral me dispara algún tipo de balazo propio de filósofos.
Uno de los últimos fue más o menos este:
—Al final sos más de lo mismo… sos un sucio capitalista.
Y yo pienso: ¡Bien!, si los perros ladran...”
Sinceramente: prefiero ser un sucio capitalista antes que un "limpio comunista".
¿Querés un ejemplo? Te cuento algo real.
La comuna hippie de la Alpujarra
Sí, existe.
Y no, no es un mito ni una alegoría libertaria.
En la Alpujarra Granadina hay una comuna hippie que lleva años viviendo del trueque, del amor libre y de la paz… siempre que no les pidas que se duchen.
Los conozco bien.
Colaboré con una imprenta local y cada vez que bajaban a hacer fotocopias de sus manualidades, el olor se anunciaba dos calles antes de que entraran.
No estoy exagerando.
Pies ennegrecidos. Sin calzado.
Y una mezcla de sudor, incienso y cabra que te hacía lagrimear los ojos.
Pero te digo algo: Al menos son honestos.
No van por ahí con el iPhone en una mano y el discurso anticapitalista en la otra.
No se suben a reels de Instagram a explicarte cómo deberías vivir.
No están sacándose selfies mientras lloran por el Amazonas con un frappuccino en la mano.
Viven su mugre. Su filosofía. Su coherencia.
Hasta que aparece la contradicción: entre la ropa remendada, asomaba una camiseta Adidas.
¿Donada? Seguro.
¿Por quién? Por otro sucio capitalista como yo.
Y ahí está el punto.
¿Sabés cuántos viven ahí?
Doscientas personas.
No dos millones. Ni quinientos mil. ¡Doscientas!
¿Que raro no?
No sé como puede haber tan pocos.
Si hay millones de indignados detrás del teclado, con la revolución en la bio y el Che en la remera (hecha en Bangladesh, claro).
¿Cómo puede ser?
Mirá, si la mitad de los que vomitan odio contra Amancio y Juancito en Twitter tuvieran la mínima coherencia de mudarse a la comuna…
Hoy no habría espacio ni para plantar tomates.
Pero claro, una cosa es hablar de renunciar al sistema, y otra muy distinta es no tener Netflix para ver Disclosure.
No somos ni lo uno ni lo otro
No somos los que viven descalzos entre cabras ni los que se bañan en Moët & Chandon.
Somos… esa media tinta rara.
Queremos denunciar el sistema en stories, pero con el WiFi de 300 megas.
Queremos igualdad, pero sin perder el iPhone.
Queremos cambiar el mundo, pero que no cueste mucho... y si es después de las tres de la tarde, mejor.
¡Ay las etiquetas! Ya bastante tenés con ponerte las tuyas. ¡Dejá de ponérsela a los demás!
Hoy más que nunca podés consumir lo que te gusta, cómo te gusta, cuando se te canta.
Podés cambiar de religión, de género o de dieta con un scroll.
Y eso no está ni bien ni mal.
Está.
Es lo que hay.
La cuestión es esta: Prefiero oler a capitalismo rancio antes que oler a hipocresía perfumada.
Porque por lo menos el capitalismo no se disfraza de otra cosa: vende, factura y se lava las manos (con agua caliente y jabón).
Ahora, si querés ir a vivir a una comuna, andá. Te están esperando con los brazos abiertos.
Pero no vengas después a pedir señal 5G, compota bio y Spotify premium.
O lo uno, o lo otro.
Y si estás en el medio como el 99% de todos, incluyéndome a mí: aceptalo, reíte y facturá.
Porque como decía mi abuela: “La conciencia limpia se tiene cuando no se usa”.
¿Querés seguir oyendo verdades incómodas contadas con humor y ganas de facturar?
Reservá una consultoría conmigo, si es que queda alguna libre.
Si no, ya sabés: a la comuna. Pero llevate jabón.