Tengo una obsesión. Y no es con el éxito.

Es con el fracaso.

Porque es ahí donde está la verdadera carnicería.

Donde se ven los errores, los miedos, y sobre todo: los aprendizajes.

Te cuento una historia de las que duelen, pero enseñan más que cualquier MBA.

Año 2005. Un cliente me trae una idea que parecía de ciencia ficción:

"Vamos a desinfectar teléfonos móviles con luz ultravioleta. La gente no sabe que su móvil tiene más bacterias que un váter."

¡Ojo! estamos en el año 2005. El boom de los smartphones recién empezaba.

Nokia era el rey absoluto. El iPhone ni existía. WhatsApp no se había inventado.