Cómo los corderos aplauden su propia jaula

China exigirá títulos a los influencers según el tema del que hablen. Lo grave no es la medida, sino la cantidad de gente aplaudiéndola.

Una recomendación que hoy es normal, mañana será delito

Hace un par de meses estaba tomando un café con un amigo.

Según recuerdo, la conversación derivó hacia hábitos alimenticios, dietas...

las típicas excusas que todos nos contamos para justificar por qué seguimos comiendo porquerías.

En un momento dado, mi amigo sacó su móvil y me dijo:

"Mira, esta app me está ayudando bastante a comer mejor. Te la recomiendo."

Una aplicación de comida saludable. Algo casual. Algo completamente normal.

Una de esas conversaciones que tienes mil veces en la vida.

Este trivial recuerdo me vino a la memoria ayer, tras leer los comentarios en LinkedIn sobre la nueva política china que exige titulaciones oficiales a los influencers según la temática de la que hablen.

Y comprendí algo escalofriante:

en el mundo hipotético que la mayoría de los comentaristas defiende, mi amigo estaría preso o desterrado por esa simple recomendación.

Porque mi amigo no es nutricionista titulado.

No tiene un diploma colgado en la pared que certifique que puede opinar sobre alimentación.

Simplemente es una persona que probó algo, le funcionó, y me lo recomendó. Como se ha hecho desde el inicio de la civilización.

Y mira por donde, lo que hoy es una conversación normal entre amigos, mañana puede ser un delito.

Pero lo verdaderamente aterrador no es que esto esté sucediendo en China (ahí es lo más normal del mundo)

Lo aterrador es la cantidad de gente en el planeta que lo aplaude como si fuera el amanecer de una nueva era de prosperidad y seguridad.


La marabunta de corderos

He perdido la cuenta de los comentarios que he leído en LinkedIn celebrando esta medida autoritaria:

"Ya era hora."
"Muy necesario."
"Así no nos estafan más."
"Deberían aplicarlo aquí también."

¿Cómo se puede ser tan cordero?

¿Cómo se puede pedir con tanto entusiasmo que te pongan el collar y la correa?

Mira, si Morfeo apareciera frente a ellos con la pastilla azul y la roja, dirían:

"¡Que venga el Agente Smith, se lleve preso a este negro de mierda y me dé él la pastilla correcta! ¡Yo no quiero elegir, quiero que me digan qué tengo que hacer!"

Porque para esta gente la palabra "libertad" tiene otra dimensión.

No es la capacidad de equivocarte, aprender, crecer y tomar tus propias decisiones.

No. Para ellos libertad es:

  • Elegir qué serie ver en Netflix esta noche (dentro del catálogo aprobado por el algoritmo)
  • Decidir si comprar Coca-Cola o Pepsi (ambas del mismo conglomerado empresarial)
  • Seleccionar el color de la funda de su móvil (fabricada en las mismas paupérrimas condiciones que todas las demás)
  • Votar cada cuatro años entre dos opciones pre-seleccionadas

Libertad dentro del catálogo.

Libertad supervisada.

Libertad con ruedines y casco.

Libertad que no incomoda, que no reta, que no exige nada.


El absurdo elevado a la enésima potencia

Vamos a hacer un ejercicio mental.

Ahora mismo, en cualquier red social, puedes encontrar dos tipos de perfiles:

Perfil A: "DOCTOR en Nutrición por la Universidad de Wisconsin. Máster en Dietética Clínica. 20 años de experiencia."

Perfil B: "Ayudo a personas entre 35 y 70 años a comer saludable y recuperar su energía."

Pregunta para los corderos que aplauden la medida china: ¿Mandarían preso al segundo?

Porque el "título" está implícito en el perfil.

En el primero, de manera explícita.

En el segundo, implícita pero claramente: esta persona no necesariamente es médico ni nutricionista titulado, es alguien que comparte su experiencia y conocimiento.

Si te interesa de verdad seguir a alguno de ellos... investiga; pregunta; contrasta...

Usa tu puto criterio.

Pero claro, usar el criterio propio requiere esfuerzo.

Requiere pensar. Requiere asumir que si te equivocas, la responsabilidad es tuya.

Y eso es mucho más incómodo que pedir que venga papá Estado y le ponga "Approved" a todo lo que consumes.

Aquí va la verdad que nadie quiere escuchar:

los que defienden estas políticas no son más que autoritarios disfrazados de víctimas.

No están preocupados por tu bienestar.

Están preocupados por no tener que usar su cerebro.

Están preocupados por poder echarle la culpa a alguien más cuando las cosas salgan mal.

Porque reconozcámoslo: para estos corderos es infinitamente más fácil echarle la culpa al gurú que escucharon que reconocer SU PROPIO ERROR de haber elegido al gurú equivocado.

Es la eterna historia del ser humano mediocre: la culpa siempre es del otro.

  • ¿Invertiste tu dinero siguiendo los consejos de un influencer y perdiste? La culpa es del influencer, no tuya por no investigar antes de meter tu dinero.
  • ¿Seguiste una dieta que viste en Instagram y no funcionó? La culpa es del instagramer, no tuya por no consultar con un profesional si tenías dudas serias.
  • ¿Compraste un curso de un "experto" y resultó ser una mierda? La culpa es del vendedor, no tuya por no leer reviews, pedir referencias o usar el período de garantía.

¿Y sabéis qué es lo más perverso?

Que los que tienen títulos oficiales también se equivocan.

También arruinan a gente. También venden humo.

¿O acaso las mayores crisis financieras de la historia no las provocaron economistas titulados?

Sí, fueron banqueros con MBAs de Harvard y Yale y analistas con certificaciones de las universidades más prestigiosas del mundo...

El fondo de inversión que gestionaba Bernie Madoff estaba lleno de gente titulada.

Los bancos que colapsaron en 2008 tenían departamentos enteros de "expertos certificados".

Las farmacéuticas que han sido demandadas por miles de millones tienen nóminas repletas de científicos con doctorados.

El título no garantiza nada. Nunca lo ha hecho. Nunca lo hará.

Lo único que garantiza es que alguien pasó por un sistema educativo específico y aprobó unos exámenes. Punto.

No garantiza ética, no garantiza competencia real, no garantiza que no te vaya a estafar.


Pero entonces, ¿qué hacemos? ¿Vale todo?

Aquí es donde los corderos empiezan a balar con pánico:

"¡Pero entonces dejas que cualquiera diga cualquier cosa!

¡Es peligroso! ¡La gente se puede morir!"

Calma, cordero. Respira.

La respuesta es: desarrolla criterio.

Aprende a pensar.

Asume la responsabilidad de tus decisiones.

Si alguien en internet te dice que bebas lejía para curarte el cáncer, no lo hagas.

Y si lo haces, el problema no es que internet permita que esa persona hable.

El problema es que tú no sabes distinguir entre un consejo razonable y una locura homicida.

Existen mecanismos para protegernos de los fraudes:

  • Demandas civiles
  • Asociaciones de consumidores
  • Plataformas de reseñas
  • Foros donde la gente comparte experiencias.

Lo que NO necesitamos es un Estado decidiendo a priori quién puede hablar de qué.

Porque ahí está el verdadero peligro.

No en el gurú de turno que te va a vender un curso de mierda.

El verdadero peligro está en normalizar que una autoridad central decida qué información puedes recibir y de quién.


La libertad es incómoda (y por eso la odian)

Esto es lo que los corderos no entienden: la libertad implica riesgo. Implica responsabilidad.

Implica que tú eres el responsable de tus decisiones.

Y eso da un miedo de cojones.

Es infinitamente más cómodo vivir en un mundo donde alguien más toma las decisiones difíciles por ti.

Donde alguien más decide qué puedes escuchar, qué puedes leer, en quién puedes confiar.

Donde puedes lavarte las manos y decir "yo solo seguí las instrucciones" cuando todo se vaya a la mierda.

Es infinitamente más fácil delegar esa responsabilidad en una autoridad "benévola" que decida por ti.

Que te diga qué voces puedes escuchar y cuáles deben ser silenciadas.

Y lo llaman "control".

Sí, ellos mismos usan esa palabra. "Necesitamos más control."

"Hay que controlar a los influencers."

Con esa solicitud de "control" están haciendo honor a la historia más abyecta de la humanidad y lo celebran como un logro civilizatorio.

Cada régimen autoritario de la historia empezó exactamente así: con gente pidiendo "más control" para su propia protección.

Para evitar que "los malos" les engañaran.

Para garantizar que solo las voces "correctas" pudieran ser escuchadas.

Y siempre, SIEMPRE, empezó con los propios ciudadanos aplaudiendo las medidas.


Prefiero el caos al orden de la servidumbre

Yo prefiero ELEGIR.

Prefiero poder decidir si voy al chamán, al curandero o al médico de la seguridad social.

Si le hago caso a mi primo para arreglar el grifo o llamo a un "fontanero titulado".

Si como mierda o gambas.

Si leo a un gurú del marketing con cero credenciales o a un profesor universitario con tres doctorados.

Y sí, a veces me equivocaré.

A veces elegiré mal.

A veces me estafará alguien.

A veces perderé tiempo y dinero siguiendo consejos equivocados.

Pero esos errores son MÍOS. Son parte de mi aprendizaje.

Son el precio de mi libertad.

Y ese precio, por alto que sea, será siempre infinitamente menor que el precio de vivir en una sociedad donde otros deciden por mí qué puedo pensar, qué puedo escuchar y en quién puedo confiar.


Una esperanza cada vez más vana

Quiero creer —¡ay, esperanza vana!— que los comentarios a favor de esta censura sean solo el reflejo de una parte ruidosa pero minúscula de la sociedad.

Quiero creer que la mayoría de la gente, cuando lee estas noticias, siente ese escalofrío en la espalda que te dice "esto no está bien".

Que la mayoría calla perpleja ante tal inmundicia, pero en su fuero interno sabe que este no es el camino.

Pero cada día tengo más dudas.

Porque si realmente somos mayoría los que aplaudimos que el Estado decida quién puede hablar y sobre qué, entonces ya no hay nada que hacer.

El sistema ya ganó.

Y no necesitó tanques en las calles ni campos de concentración.

Solo necesitó convencernos de que renunciar a nuestra libertad era por nuestro propio bien.

Porque la jaula más efectiva es la que construyes tú mismo y defiendes con orgullo.

Y eso es exactamente lo que está pasando.

Miles de personas construyendo con entusiasmo los barrotes de su propia prisión, convencidas de que lo que están haciendo es protegerse.


Mi elección

Yo, por mi parte, seguiré prefiriendo el caos de la libertad al orden de la servidumbre.

Seguiré cometiendo errores.

Seguiré confiando en quien no debía.

Seguiré perdiendo dinero en cursos de mierda y tiempo leyendo a gente que no sabe de lo que habla.

Y seguiré defendiendo el derecho de mi amigo a recomendarme una puta aplicación de comida saludable sin tener que pedir permiso a las autoridades.

Porque al final del día, hay una verdad que ningún cordero podrá cambiar:

Equivocarme siendo libre es infinitamente mejor que acertar siendo esclavo.

Y si tú no entiendes esto, si tú eres de los que aplauden estas medidas, si tú eres de los que piden más "control" para sentirte seguro...

Entonces no tengo nada más que decirte.

Disfruta de tu jaula. Que te aproveche el pienso.

Y no me pidas que te acompañe.

Yo estaré afuera, en el caos, en la incertidumbre, en la libertad.

Donde - todavía- se puede respirar.