Año 2013. Altiplano granadino.

Un evento de emprendedores que, seamos honestos, pintaba a siesta larga.

Mucho PowerPoint, mucha frase de autoayuda reciclada… y de pronto: una bandera pirata detrás del atril.

Sí, pirata. Cráneo, huesos cruzados. Sin explicación.

Entra un tipo con pinta de profe cabrón, sin sonrisa de catálogo.

Se llama Manuel María Camacho.

Nunca lo había visto, pero ya lo estaba odiando un poco por parecer más seguro que yo.

A los 5 minutos, señala a una chica con vestido rojo de fiesta entre trajes grises.

Silencio en la sala.

Y el tipo suelta:

—¿A que ella llamó la atención de todos sin decir una palabra?.... Ustedes con su empresa deberían hacer lo mismo… y dejar de seguir disfrazados de empresarios estándar.

Boom.

Yo, con mi libretita de apuntes y el alma todavía en modo Corderito obediente, me picaba por dentro.

En la ronda de preguntas, le salté con la típica defensa de MBA barato:

—Pero para eso están los departamentos de I+D+i. La innovación se gestiona. No se improvisa.

Y él, mirándome fijo, dijo algo que me dejó tiritando:

—No necesitas un departamento de innovación. Lo que necesitas es coraje para ser diferente.

En ese momento no lo entendí. Me fui mascando bronca.

“Este tipo es un anarquista de feria”, pensé.

Pero adiviná qué…

Pasaron los años.

Vi cómo los negocios que más facturan no son los que hacen “lo correcto”, sino los que llaman la atención y se portan como malditos piratas.

Hoy, 12 años después, soy yo el que iza esa bandera.

Dejé de repetir fórmulas. Dejé de pedir permiso. Dejé de maquillar lo que pienso para sonar “profesional”.

La cuestión es esta: No necesitás más teoría. Necesitás coraje.

El mismo que tuvo Camacho al poner una bandera negra en un escenario lleno de corderos.

Y ahora sí… clavá tu bandera como buen lobo que sos.