Te tiro una analogía que tengo atravesada en el pecho, y que me cambió la manera de ver el marketing:
Mi sobrino no miente. No sabe cómo. Es autista.
Así que si le preguntás si te queda bien una camisa, con su especial forma de comunicarse, te va a decir la verdad.
Sin filtro. Sin anestesia.
Su opinión siempre es real. 100%
¿Te das cuenta de lo brutal que es eso?
En los negocios, hacemos justo lo contrario: mentimos todo el tiempo.
Disfrazamos las propuestas, maquillamos las webs, embalsamamos las redes.
Nos obsesiona “parecer”.
Pero ¿y si nos obsesionáramos con “ser”?
Como los autistas.
Ellos no saben fingir lo que no sienten.
Y por eso, cuando te abrazan, sabés que es verdadero.
Cuando se interesan por algo, lo hacen con una intensidad que ya quisiéramos los emprendedores para vender.
Mira, por ejemplo, mi sobrino ama su colección de piezas LEGO.
Pero no las usa para construir castillos ni naves espaciales.
No.
Él las ordena.
Por colores. Por tamaños. Por simetría.
Milimétricamente.
Y no se cansa.
Pasa horas ahí, como si el mundo no existiera.
Y ahí está la lección:
Cuando encontrás algo que te mueve de verdad, te volvés imparable.
La cuestión es esta: Lo que al mundo le parece una limitación, a veces es solo una forma distinta —y brutalmente pura— de ver las cosas.
Así que la próxima vez que no sepas qué vender, o cómo crecer…
Preguntate esto:
¿Estoy fingiendo ser algo? ¿O estoy siendo auténtico como un niño autista que te mira a los ojos y te dice la verdad, aunque duela?
Porque los negocios, como la vida, se tratan de conectar.
Y no se conecta desde el humo.
Se conecta desde la verdad.
Si te movió algo lo que leíste, seguro que estás en el camino del lobo.
Seguro que juntos podemos construir algo grande.
Consultá si hay hueco disponible para una consultoría 1:1 y hablemos en serio.