Te prometieron libertad y terminaste haciendo atención al cliente por WhatsApp a las 3 AM.

Que no llega el paquete, que el número de seguimiento es erróneo, que “me cobraron dos veces” (aunque no).

Dropshipping, el famoso modelo sin stock, sin empleados, sin complicaciones.

Pero también: sin control, sin márgenes, sin marca.

Y lo peor… sin autoestima emprendedora.

Porque al principio te sentiste un lobo invencible. Vendías mientras dormías (o eso creías).

Después llegó la realidad del cordero:

Publicidad cara, clientes enojados, competencia con tus mismos productos pero más baratos.

Y ahí te empezó a doler.

No el negocio. La autoestima.

Porque sentís que no sos capaz.

Que quizás esto de emprender no es para vos.

Pero no es tu culpa. Es el modelo el que está roto.

El dropshipping fue como esa relación tóxica que te hace creer que estás creciendo, cuando en realidad solo estás sobreviviendo.

Lo fácil se volvió un ancla.

¿La salida?

Construir algo propio.

Con nombre. Con historia. Con visión.

Que te represente. Que puedas mirar con orgullo.

Y sí, que te dé billetes. Pero sin perder el alma en el camino.

Porque vender no es malo. Lo que mata es revender lo que no creés.

Lo que te destruye es ponerle esfuerzo a algo que nunca fue tuyo.

Si querés dejar de revender y empezar a crear, hablamos.

Esta semana tengo un par de huecos para consultorías.

Si estás leyendo esto y todavía hay lugar… estás de suerte.