Yo no plancho.

No porque sea un vago.

Por dos cosas.

Primero, porque no sé.

De verdad.

Las camisas me quedan como si las hubiera usado de almohada en un botellón.

Y segundo, porque entendí algo que nadie me enseñó en la escuela:

mi hora vale más que eso.

Y la tuya también…

si empezás a verla con los ojos correctos.

Hoy no te voy a hablar de dinero.

Te voy a regalar libertad mental.

Cuando ponés precio a tu hora —precio real, no simbólico— todo cambia.

Lo que hacés.

Con quién hablás.

Lo que permitís.

Y lo que decidís cortar de raíz.

Si no sabés cuánto vale tu hora, no tenés negocio, ni rumbo, ni defensa.

Tenés un trabajo mal pago… aunque seas tu propio jefe.

Acá te muestro cómo cambiar eso para siempre.