Hubo un tiempo en que la política aburría.

La gente no opinaba de todo, no discutía en cada reunión familiar y ni soñaba con ser influencer político desde su sofá.

Era un tema lejano. Desagradable. De gente con traje.

Y, paradójicamente, ese desinterés traía algo que hoy parece imposible: menos odio, menos fanatismo, menos ruido.

Pero llegó internet.

Y luego las redes sociales.

Y con eso, llegó el incendio.


Partidos, no ideas: el circo de la democracia

Hoy la política se vive como un partido de fútbol.

Da igual lo que proponga cada lado: lo que importa es ganar, gritarle al otro y sentirse superior.

La razón se fue al carajo cuando empezamos a votar como hinchas.

Ya no analizamos ideas, ni medimos resultados: simplemente apoyamos “a los nuestros” y odiamos “a los otros”.

Y cuidado, que los más peligrosos no son los corruptos, sino los convencidos.

Los que creen que su equipo siempre tiene la razón, incluso cuando miente, roba o hunde todo.

Los otros, los que lo hacen por dinero, al menos tienen un precio.

Y ya se sabe: donde abundan los billetes escasean los escrúpulos.

Pero los fanáticos... Eso son los peores

Esos no negocian.

Esos sólo queman... y lo queman todo.

Y ahora viene lo peor: los equipos del juego fueron creados por el mismo dueño del estadio.

Sí, los partidos políticos —esa supuesta “oposición”— fueron diseñados por el propio sistema para dar la apariencia de elección.

No para representarte, sino para canalizar tu energía.

Para que sientas que formas parte de algo, que luchás por tus ideas…

…cuando en realidad, solo estás reforzando la jaula desde dentro.

Te dan dos bandos. Dos antagonistas. Dos opciones perfectamente diseñadas para que alguna encaje contigo.

Y al elegir una, al defenderla, al atacarte con el otro… caes en la trampa.

Porque no estás cambiando nada.

Estás validando todo.


Divide y controlarás: la polarización es rentable

¿De verdad crees que tanta división es casual?

El sistema se alimenta de eso.

Cuanto más divididos estamos, más poder le damos al árbitro.

Y ese árbitro se llama Estado.

El juego es simple: te hacen odiar tanto al bando contrario, que terminas aceptando lo que sea… con tal de que no ganen “ellos”.

Y así, el sistema se justifica. Se fortalece.

No por su eficacia, sino por tu miedo.


Tribalismo 2.0: política con cerebro de cavernícola

No es nuevo. Es instinto puro.

Desde las cavernas, el ser humano necesitó pertenecer a una tribu.

Quedarse solo era morir.

Hoy, esa necesidad no desapareció. Solo cambió de forma.

Donde antes había clanes y tótems, hoy hay partidos y banderas.

Y aunque el mundo cambió, tu cerebro sigue buscando el mismo refugio: pertenecer.

El problema es que ese instinto, que alguna vez salvó vidas, hoy se usa para manipularte.


Tecnología del futuro, sistemas del pasado

Vivimos en un mundo con inteligencia artificial, viajes espaciales y cirugías con robots.

Y seguimos organizándonos como en la antigua Grecia.

¿No te parece ridículo?

Llamamos “moderna” a una forma de organización social inventada hace 2.500 años.

DEMOCRACIA (¿?)

La adoramos como si fuera el pináculo de la evolución humana.

Pero nadie se atreve a decirlo en voz alta:

Quizás lo que antes fue avance, hoy es ancla.


El sistema no está en crisis. Está dopado.

Sobrevive a base de enfrentamientos inventados, escándalos constantes y ciclos de indignación programada.

Como un enfermo terminal que necesita drama para seguir respirando.

Pero si un sistema solo funciona cuando hay pelea…
…entonces no es un sistema fuerte.

Es una trampa.


El cadáver del Estado-Nación

No tengo la solución. ¡Faltaba más!

Pero sí veo las grietas.

El Estado-nación, tal como lo conocemos, está dando sus últimos pasos.

Y lo que lo mantiene en pie no es su solidez, sino nuestro miedo a lo que viene después.

La polarización no es vitalidad. Es desesperación.

Y cuanto más fuerte grita el sistema… más cerca está de caer.


La jaula no se arregla, se deja atrás

Lo quieras ver o no, estás siendo testigo del final de una era.

La democracia, esa palabra que todavía veneramos sin cuestionar, está descomponiéndose ante nuestros ojos.

Y lo peor: muchos aún creen que la pueden salvar… votando más fuerte.

Pero esto no se arregla con parches. Ni con elecciones.

Los sistemas, como los cuerpos, nacen, crecen y mueren.

Y el nuestro ya está con respirador.

La cuestión es esta: "El verdadero desafío no es sostener lo viejo. Es tener el coraje de imaginar algo nuevo".


Si esto te incomodó, perfecto.

Acá no viniste a leer cosas cómodas.

Los lobos no somos muchos. Pero pensamos por cuenta propia.

Y eso, hoy, ya es un acto de rebelión.